Educadores/voluntarios

No podemos hablar de Oikía, sin mencionar, aunque sea brevemente, el trabajo que se hace para con los adultos, con los educadores, que son, a su vez, voluntarios. Oikía, como opción, en lugar de ser una institución con una estructura laboral clásica, opta, desde su inicio, porque los mismos adultos que están en la casa sean opción, sean misión de la misma casa. De ese modo se crea una estructura de voluntariado, aunque no sea dentro de los parámetros europeos lógicamente, por la cual todo el personal de Oikía está por un deseo personal de estar y ser. No por ello se desatiende el factor profesional y aquellas personas que destacan, con una formación afín a las necesidades, pasan a ser profesionales y coordinadores en la misma, pero no como resultado de un proceso de selección de personal, sino siempre partiendo de un deseo específico.

Para solidificar y dar peso y profundidad a esta opción los voluntarios empiezan, no directamente con los chicos, sino realizando un curso de tres meses de duración, con contenidos en los cuales nos apoyan profesionales de las diferentes áreas sobre las que se plantea el curso. El índice fundamental incluye sesiones básicas de:

Los voluntarios y voluntarias que se implican son gente joven, del plan 3000, estudiantes universitarios, muchos de ellos ligados a la parroquia Cristo Misionero, a la cual pertenece Oikía. Con su labor, más allá de los problemas que pueden presentar, son testimonio vivo de gratuidad, de entrega desde el amor, y por tanto un elemento más en la relación humana liberadora que procuramos que se establezca con los chicos.

Todos ellos, después de un tiempo aquí reconocen que viven un proceso de formación permanente, que está planificado, que les aporta muchísimos valores con los que afrontar la precariedad, en todos los sentidos, de la vida en la que están inmersos.

Además de todos estos voluntarios bolivianos siempre hay algunos voluntarios procedentes de Europa, la mayor parte españoles, aunque también ha habido italianos, belgas y alemanes. Todos estos son personas profesionales o con sus estudios universitarios ya acabados, que colaboran generosamente en Oikía durante un tiempo largo, que oscila entre los seis y los doce meses. Su aportación humana es extraordinaria.

Entre las características requeridas para colaborar en Oikía como voluntario se pide la firme voluntad de entrar a formar parte de un grupo humano dedicado a acompañar y educar a los niños y niñas en las circunstancias tan precarias de vida en que se encuentran. La libertad y responsabilidad van de la mano en todo educador de Oikía, de modo que todos los voluntarios puedan sentirse protagonistas en la acción educativa del Centro y corresponsables en la marcha del mismo, lo cual sólo es posible desde una libertad enorme en la entrega a los demás y en la gran disponibilidad para realizar cualquier servicio en la marcha de la casa y en la atención a los chicos y chicas. El compromiso asumido por cada voluntario se revisa periódicamente con el fin de elevar desde el análisis la autoestima de todo educador y de corregir y autocorregir los aspectos deficientes o los errores cometidos. El gran valor cristiano de la experiencia de la gratuidad en el dar y el recibir constituye el punto fundamental de la alegría que se respira, se transmite y se difunde en Oikía.

Entre las facetas humanas que procuramos cuidar mucho como criterios educativos en la formación de cada voluntario de Oikía quiero destacar en primer lugar el talante de amistad que todo educador debe mantener hacia todos los chicos sin preferencias particulares de ningún tipo. El educador acompaña a los chicos, pero sin dejar de ser nunca un educador. Por ello la empatía es otra dimensión del voluntario, el cual se pone al nivel de los niños para comprenderlos, para ver desde su perspectiva propia, pero no es como ellos. Respecto a los chicos y chicas de Oikía, los educadores deben ser exigentes en la corrección, pero flexibles y pacientes con ellos, ejerciendo la autoridad de una persona mayor que inspira seguridad y confianza a los más pequeños y jóvenes, pero no desde el ejercicio del poder, sino de una autoridad moral, que está sustentada por la coherencia, la armonía entre la palabra y la vida, y con una conducta ejemplar para los niños. Estos no son perfectos ni pueden serlo, por eso es imprescindible en la acción educativa la noción de proceso, pues ningún cambio se produce de la noche a la mañana, sino tras un proceso largo de toma de conciencia de la necesidad de cambio. De ahí que no se valore el perfeccionismo sino el proceso de superación, a veces lento, pero progresivo de cada uno de los chicos.

La relación educativa con los chicos se articula mediante el diálogo y sosteniendo este espíritu en toda ocasión, sin escatimar el tiempo una conversación serena, analítica y de concienciación pueda requerir. Esto se hace más necesario cuanto más compleja es la situación personal por la que pasan los niños. La personalidad de los chicos se está forjando en medio de conflictos permanentes y, teniendo en cuenta las circunstancias familiares, afectivas, sociales y los problemas que llevan consigo los niños de la calle, los educadores mediante la palabra y el diálogo hacen valer su autoridad como orientación que corrige, anima, estimula, consuela y acompaña a los niños en todo momento. La palabra compartida genera siempre nuevas situaciones que hacen posible el mundo de lo inédito viable en la relación personal. Punto clave de este espíritu de diálogo y de encuentro es el desarrollo de una facultad propia de los seres humanos, la vivencia del perdón. Nuestros educadores y nuestros niños son educados en la agilidad para el perdón, tanto para pedirlo como para concederlo. El movimiento interior que implica la vivencia de perdonar y de sentirse perdonado al pedir perdón es la chispa que enciende la luz del espíritu en cada persona y es principio de rehabilitación de toda persona. La reflexión y toma de conciencia del mal cometido, intencionadamente o no, el reconocimiento explícito de la culpa en el encuentro con los otros hace aflorar la verdad humana con todos los límites de un ser humano, de sus palabras, de sus obras, de sus actitudes, de sus sentimientos y de sus ideas. Sin embargo no basta con el reconocimiento básico de la verdad y de la culpa ante el mal cometido, sino que es precisa la creación de una realidad nueva acudiendo al resorte último de cada persona, que es su capacidad para perdonar y sentirse perdonado. Esta es una función específica de cada educador en Oikía, pues todos, están llamados a encontrar ese núcleo del corazón y de la conciencia personal que permite la chispa, el impulso, el hálito recóndito del espíritu humano donde anida la esperanza de cambio, donde se tocan las fibras últimas del ser y se suscita con la palabra una realidad nueva, la persona rehabilitada, es decir, perdonada y recreada para empezar de nuevo. Esta relación, propia del ideario cristiano que emana de la parábola del hijo pródigo perdonado por el padre en oikía, es el paradigma de la recuperación total de la persona, de su reinserción social y de su rehabilitación para desarrollarse y vivir con dignidad. Artífices primordiales de esta inmensa tarea educativa y espiritual son todos los educadores voluntarios que como prójimos samaritanos han querido acercase comprometida y solidariamente a esta realidad de los niños de la calle en Oikía y desde Oikía.

La solidaridad de los voluntarios es, en primer lugar, una manifestación de amor a los chicos en su situación de precariedad suprema y de abandono total. Ese amor inicial e indispensable en la determinación personal para ser voluntario es una onda expansiva que se va extendiendo hacia los demás educadores y hacia todas las personas implicadas en la marcha de Oikía, de modo que, con un sentido profundo de corresponsabilidad, entre todos los educadores se da una respuesta organizada, coordinada, corresponsable y rigurosamente comprometida y fiel a los objetivos y al espíritu de Oikía. Este es el dinamismo educativo de Oikía, en el cual estamos embarcados por amor samaritano a los niños de la calle desde esta parroquia de Cristo Misionero en el Plan Tres Mil de la ciudad de Santa Cruz.